Plaza de los Girones

M.A. ya pesa más de cinco quilitos y yo lo llamo “mi gordito”. Anoche salimos a cenar y él estuvo dormidito la mayor parte del tiempo, excepto el rato que su mamá de dio el pecho. 

A la hora de pedir, el camarero hizo un chiste muy elemental, pero que me hizo gracia y por ello le seguí el juego. Le preguntamos por el aliño de una ensalada, que nos pareció tan exótica como apetecible: «Lleva leche de tigre», exclamó, fingiendo seriedad. «De ese que tienes ahí tatuado en el brazo, ¿no?, le resondí».

Volviendo, pasamos por la Plaza de los Girones. Ella hizo alusión a la g: ¿«Girones con ge, no se escribe con jota?». Le dije que seguramente sería un apellido. Más tarde lo busqué, y la casa de Girones, que da nombre a la plaza, perteneció a la familia Téllez-Girón.

A unos metros de “la casa” hay una sede de Cáritas que da cobijo a personas sin hogar. Vimos el aviso en la puerta al pasar.

El paseo fue gratificante, principalmente por la temperatura: inusualmente fresca para una noche del mes de julio.

Llegando al coche, me fijé en dos pegatinas que alguien había pegado junto a una propaganda electoral. Una incitaba a no votar; la otra, a combatir el fascismo.

En otro tiempo me habría identificado con la primera; aún hoy lo hago, aunque no del todo, pues, aunque sin convencimiento, ejercí mi derecho a voto optando por la izquierda que está a la izquierda. 

Personalmente, no le tengo miedo al fascismo o al comunismo. No a día de hoy. Tengo mis propios miedos, como todo mortal. Sobre todo me apena ver cómo se replica por parte de la ciudadanía un discurso obsoleto y viciado que únicamente busca satisfacer los intereses de quienes lo tienen secuestrado, que no son otros sino los políticos que disfrutan de posiciones privilegiadas y obedecen órdenes de las élites financieras como perros mansos.

Al llegar, leí unas cuantas páginas del “Parménides”, de Platón, que comienza bien, pero sigue un curso dialéctico que, al menos para mí, y aun habiendo visto dos veces una clase que lo desgrana concienzudamente, es prácticamente ininteligible. Ayudado por las notas a pie de página y las anotaciones mentales que tomé de la clase de marras, lo voy interpretando como Dios me da a entender. Me detengo especialmente en el fragmento del señor y el siervo, que, como digo, interpreto, no sé si satisfactoriamente, a mi modo.

Jesús de la Palma 

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