Normatividad
Ayer me probé unos pantalones en una de las tiendas del grupo textil más poderoso de España, más concretamente, en una de las correspondientes a su buque insignia, y me llevé la contradictoria sorpresa de que la talla más grande de pantalón que fabrican, y que denominan XL, es una cuarenta y cuatro. Es, para que nos entendamos, la talla que usaría un maniquí estándar. Si eso no es un plan de eugenesia estético, que baje Dios y lo vea. No quieren, claro, que nadie que no tenga cintura de nadador, tenista o futbolista, lleve su ropa, no vaya a ser que caigan en desprestigio. Eso sí, en el escaparate, propaganda LGTBI, pero solo para figurines, claro, los cuerpos no normativos, fuera; o como diría Torrente: «Baich, baich». Y así sucede también en el plano de las ideas: o entras por el aro ideológico, o vas fuera. En sintonía con Alejandra Pizarnik cuando escribe en sus Diarios: «Los únicos jóvenes que acepto son los bizcos, los cojos, los poetas, los homosexuales, los viudos inconsolables, los frustrados, los obsesionados, sean condes o mendigos, comunistas o monárquicos», se pronuncia Sylvia Plath en los suyos: «Me gustan las personas, todo el mundo. Me gustaría ser todo el mundo, un tullido, un hombre agónico, una puta, y luego volver para escribir sobre mis pensamientos, mis emociones, metida en la piel de esa persona».
Jesús de la Palma
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