Nata y chocolate

Esta tarde he ido a Los Italianos y me he pedido un cucurucho de nata con chocolate. Por Plaza Nueva he visto a una anciana que normalmente pernocta en un banco de la Plaza del Campillo. El pelo es una plasta uniforme que le cubre toda la cara, lleva abrigo y pantalón largo, en plena ola de calor, alcanzando los cuarenta y cuatro grados como estamos en Granada. La ropa está sucia de años. Claramente, no conserva plenas sus facultades mentales. Está abandonada. Más adelante, por la Carrera de la Virgen, un señor mayor sin camiseta, sucio y con medio culo al aire, camina sin rumbo. Granada no es una gran ciudad, y los casos así no son comunes, pero en Madrid, no hace mucho, vi un campamento multitudinario de gente sin hogar debajo de un tramo de autovía. En Instagram sigo algunas páginas de personas sin hogar en los Estados Unidos que muestran imágenes que consternarían al más entero. Y hablamos del “primer mundo”, ojo. Luego está el tema de la precariedad laboral y los trabajadores pobres. Cuando he llegado a la casa, he recogido del buzón los avisos para recoger el voto por correo. Tengo cuarenta y siete años y es la segunda vez que voy a votar en mi vida. Votaré lo que vote ella. Eso sí, el otro día, almorzando con mi hijo mayor, le dije que delante de mí no toleraría que se ensalzara a un partido como VOX. En cualquier caso, me marcharía de donde fuera que se hiciera. En uno de los diarios que tengo escritos a mano tengo anotado que comí con un imbécil y le reí las bondades que le profería al partido de marras; esto también se lo conté a mi hijo y le dije que a día de hoy no me tomaría eso a broma. Al menos en mi caso, he perdido en buena parte la predisposición para el chascarrillo. Me estoy volviendo una persona huraña. En cuanto a las elecciones, voy a votar sin convencimiento. Cambiarían las cosas si la gente se negara a trabajar por sueldos de miseria, pero eso no va a suceder. Al contrario, es normal ver a la gente presumir de trabajar jornadas extenuantes por sueldos indignos. Todo aquel que muestra esa conducta padece sin duda el síndrome de Estocolmo. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Yo no soy malo (ficción narrativa)

Lecturas nocturnas

“Fresas salvajes”, “Olive Kitteridge” y “Panza de burro”