Mundo interior

—El mundo interior, ya sabe usted de qué le hablo.

—Hombreee, ¡qué me va usted a contar!

—Pues a eso me refiero, que no abunda, es más, siempre ha escaseado. Y, claro, eso se refleja en el lenguaje, que es la herramienta con la que salimos al mundo. Lo que sucede entonces es que cuanto más profundamente se sumerge uno, más se aleja de la superficie, y más se aísla. Pero, oiga usted, que remordimiento, ninguno; bendita soledad elegida.

—Si lo sé, lo sé...

—Para nosotros quedan las charlas a dos, o a cuatro.

—Que cinco ya son multitud.

—Hombre... Siempre hay excepciones.

—Es un decir.

—Ya, ya... 

—¿Se da usted cuenta?, usted y yo nos conocemos desde hace años, y cuando nos preguntamos por la familia, es por mera cortesía.

—Sí, sí, nada de indagar en la vida del otro.

—¿Y cómo llama usted a eso?

—Vida interior, si no me equivoco.

—A eso me refería.

—Claro.

—Y es de este modo como nunca me he sentido tentado de faltar a mi cita periódica con usted. Porque no pregunta, porque no juzga más allá de los sanos intereses que nos unen.

—Nuestra relación, mi queridísimo amigo, al menos así lo veo yo, es la de una amistad imperecedera, en tanto que obedece a intereses superiores.

—¿Y cuáles diría usted que son esos intereses?

—Los que se articulan mediante el deseo de conocimiento.

Jesús de la Palma 

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