La inmortalidad

Ha muerto Milán Kundera. Lo han dicho en el telediario, es la única noticia decente que han dado. También lo he leído en diversos perfiles de Facebook e Instagram. 

Yo no sabía que estaba vivo. Casi todos los autores que leo están muertos, y nunca reparé en la posibilidad de que él estuviera vivo aún. 

Pensaba que había leído de él su archiconocido “La insoportable levedad del ser”, pero he ido a buscarlo, por curiosidad, y no lo he encontrado, de modo que puede que no lo haya leído. 

Sí he leído, y lo he encontrado en uno de los muebles, “La inmortalidad”. Le he echado una ojeada y lo tengo lleno de subrayados y anotaciones; tiene hasta un pósit asomando, como queriendo decir: «Ojo, que aquí hay algo importante». Y, en efecto, dice algo muy importante, lo cual he subrayado y entrecorcheteado, a saber: «Si todo nuestro tiempo de vida se convierte en un juego de niños, un buen día perecerá el mundo mientras nosotros parloteamos y nos reímos alegremente». 

Yo no soy pesimista, pero tampoco me gusta la gente que toma la risa y el alegre parloteo por costumbre, como si no pasará nada, como si el orden de las cosas se diera de forma natural. De ahí que haya hecho hincapié, pósit mediante, en el párrafo de marras. 

El libro lo leí no hace mucho, y lo disfruté enormemente. 

Yo leo de mayor, de joven no leía nada; ni siquiera tebeos, de los que únicamente miraba las viñetas. 

El primer libro que leí, creo recordar que se llamaba “Sicario”; años más tarde, algo sobre los nazis y también sobre la mafia, la historia de la mafia italiana relatada por el fiscal Turkus—Feder”. 

Mi vena lectora, lamentablemente, viene de no muy atrás, y eso que mi padre era lector, aunque no a la manera que lo soy yo, ni leía lo que yo leo.

 En este momento de mi vida me sorprende la tan tristemente popularizada expresión: «Yo leía cuando era joven».

Jesús de la Palma 

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