Docenas de miles de libros
Una persona entregada al estudio y la lectura desde muy temprano no es alguien de este mundo. Le falta esa mácula vital que caracteriza al verdadero ser humano. Encerrado en un espacio seguro desde muy pronto, sin callosidades, sin puñetazos en la cara, sin el hígado estropeado. Alejado de la humanidad, de su parte más sucia y repulsiva; de la necesidad y la humillación. ¿Qué nos puede decir de lo humano alguien que no ha salido de los libros? Poco. De veras. Muy poco. Puede hablar brillantemente desde la teoría, dominar el griego y el latín, conocer los entresijos de la física, del derecho, de la historia, de las matemáticas, de la literatura, de la filosofía... Pero ¿dónde está la sangre mezclada con barro, dónde las lagrimas mezcladas con sangre? Y lo más importante, ¿dónde la revolución? En las prisiones y en los manicomios hay más representatividad de lo humano que en todas las universidades juntas: establos para cabestros. Del mismo modo, tampoco la locura ni la rebeldía por sí mismas forjan espíritus superiores. No cabe mayor mencion aquí para el trabajador promedio, que contribuye al correcto desarrollo del esperpéntico orden establecido, sin cuestionar mandatos ni conceptos, sino que, con los rasgos bien perfilados del autómata, prosigue acatando órdenes con la sumisión propia de los canes. Respecto al que dedica su vida única y exclusivamente a la tarea intelectual, el protagonista de “Solenoide”, la novela de Cărtărescu, se confiesa: «Después de leer docenas de miles de libros, no puedes evitar preguntarte: ¿dónde ha estado mi vida durante todo este tiempo?».
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