Creer
No hace tanto que le preguntaba a mi padre que cómo seguía creyendo en Dios. «¡Con todo lo que pasa en el mundo! ¿Es que no lo ves?», le recriminaba, con una indignación que ahora que pienso en ella me parece un gesto de lo más infantil. Y es que precisamente por eso creía, por todo lo que pasa en el mundo. Menos mal que cuando falleció ya me había enmendado y había dejado de estar en contra Dios y de la Iglesia y llamé al cura para que le diera la extremaunción.
Ahora, cada vez que paso delante de su foto o de la de mi madre, les digo algo y miro hacia arriba, como dirigiendo la mirada al cielo.
No es cuestión de creer o no creer con pleno convencimiento, de establecer criterios más o menos razonables al respecto, no, al menos, en mi caso, allá cada uno; se trata de una cuestión de supervivencia.
Sigo una página en Instagram: “Godbehindbars (Diosentrerejas)”. Se nutre de testimonios de presos con largas condenas, muchos de ellos con varias cadenas perpetuas, que se han convertido a la fe cristiana. ¿Cómo podría esa gente vivir de otro modo?
El propio Platón se pronuncia en el libro X de las “Leyes” por medio del ateniense, a saber: «Nunca nadie que de joven haya adoptado la opinión de que los dioses no existen, llegó a la vejez con la misma idea».
Siempre he visto la vida como una suerte de condena, de ahí mi carácter revolucionario y mi poca predisposición para el chascarrillo. Yo quiero vivir y, aun con todo, no quisiera no haber nacido. Pero ¿qué puedo decir?, la vida se me queda corta. Será que soy un melancólico. De este modo, nunca he sido indiferente a la fe, ya sea por exceso o por defecto, pues cuando renegaba, ahora lo sé, seguía creyendo. No cree el indiferente. Y yo puedo ser todo menos indiferente. Soy una criatura de Dios, que se quiebra con cada suspiro.
Jesús de la Palma
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