Coleccionando recuerdos
Me lo contó mi padre, porque yo no me acuerdo. Hicieron una reforma en el piso del Zacatín y nos fuimos de alquiler durante ese tiempo a Reyes Católicos.
Coleccionamos recuerdos desde muy temprano; al menos yo los tengo desde los cuatro años. Muy difusos, eso sí.
Cuando ya no tienes a nadie delante de ti al que preguntarle qué pasó en realidad, tu vida se desestabiliza, como una mesa que cojea, y precisa de un taco de madera para recuperar el equilibrio. Entra entonces en juego la imaginación.
De igual modo que el cuerpo humano está compuesto en un sesenta por ciento de agua, los recuerdos están compuestos por un sesenta por ciento o más de imaginación.
Los recuerdos necesitan ser confrontados, a ser posible, por alguien mayor.
La imaginación, por tanto, nos complementa, somos seres ficcionales. Hay quienes, no obstante, dan un paso más allá, sobre todo cuando acontecen sucesos traumáticos en el transcurso de una vida; ahí ya se puede hablar de delirio. En cualquier caso, todos nosotros tenemos una relación más o menos estrecha con el delirio.
Jesús de la Palma
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