Vueltas concéntricas

Escribir el diario.

Escribir como si estuviera perdido y andara concéntricamente en una selva espesa, dejando huellas visibles de mi paso, por si alguien se interesara en la búsqueda de mis mensajes.

Escribir para buscar respuestas, no para darlas.

Ayer, visita de M. Fue corta: C. tenía pronto una misa de difunto. Comimos helado y M. además tomó café. Vio al bebé cambiado. «¡Cómo ha crecido, y lo guapo que está», exclamó.

Hablamos de amor y trabajo. 

Más tarde, C. se fue a misa, M. a casa de una amiga, según nos dijo, y yo al gimnasio.

Cuarenta minutos de cardio y trescientas calorías quemadas: ¿el helado? También varias series de cuádriceps y gemelos.

Al volver, C. y yo cambiamos impresiones mientras cenamos. Principalmente, ella me cuenta, ya conoce mi rutina gimnástica. Al aparcar el coche, en un estacionamiento habilitado, dos mujeres se dirigen a ella: «Por favor, no aparque aquí, nos tapa la luz de la ventana». Ella: «Solo voy a estar un rato. Voy a misa y vuelvo». Ellas quedan conformes. Cuando ven al bebé: «Qué cosita tan bonita, ¿cuánto tiempo tiene?». Una de ellas, la mayor, intenta acariciarlo. Ella lo retira. La señora insiste. «Señora, por favor, los bebés no se tocan». De la misa menciona un cursillo preelectoral que anunció el cura para la semana que viene.

¿Leerán algún día mis hijos este diario y sabrán poner nombre a todo aquello que me inquieta y me fascina?

Jesús de la Palma 





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