Respiración

Escucho la respiración de M. A. mientras duerme encima de mí. Todo está en silencio. 

Mi padre dio su último suspiro a mi lado. Lo llaman sedación paliativa, y dura una media de tres días entre estertores.

No dejamos de respirar desde que nacemos.

Recuerdo cuando me pusieron a M. A. en los brazos nada más nacer. Como estaba muy tranquilo y apenas hacía ruido ni se movía, le ponía el dedo debajo de la nariz para sentir su respiración.

De ordinario no pensamos que respiramos.

¿Cuántas veces respiramos a los largo de una vida? Lo he buscado y no hay resultados. 

Yo cuento a veces los pasos, los escalones, los tragos de agua; los minutos y las monedas; las personas en una sala, una habitación o a una mesa; pero nunca la respiración.

No hace mucho vi una publicidad de alguien que “enseñaba a respirar” y no lo tomé en serio.

Busco en la aplicación de Kindle y hay un reguero de títulos sobre el “arte de respirar”, todos relacionados con el mindfulness, entre ellos: “Respirar es un superpoder” y “La respiración consciente”.

Respiro mientras leo y mientras escribo y mientras hago ejercicio, respirar me hace estar vivo; pero también está viva una oveja. Estar vivo y respirar son una misma cosa y un punto de partida para un posterior desarrollo de ideas y acciones.

Si no tuviera pareja podría enamorarme de una mujer que leyera libros sobre la “respiración consciente”, pero no creo que pudiera entablar una amistad.

El amor tiene que ver con la respiración en tanto que tampoco se cuenta y en tanto que no podemos vivir sin él.

Jesús de la Palma 

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