No tengo obra
No tengo obra. Unos cuantos papeles íntimos en forma de blog y publicaciones de Facebook. Un diario de lecturas, acontecimientos y sentires.
Ayer, cuando salimos de la merienda y fuimos a la plaza a jugar con el avión, L. me enseñó improvisadamente cómo lanzarlo para que tuviera un mayor recorrido. Esto después de que yo me inventara una serie de pasos ridículos, para impresionarlo, que no hacían sino lanzarlo hacia arriba para que cayera en picado. Hay que lanzarlo recto.
No tengo obra porque ni siquiera sé cómo preparar un biberón correctamente. Ayer, al verme, C. me enseñó un mecanismo de lo más rudimentario que trae la lata de leche para sacar las cucharadas rasas y que yo había pasado por alto.
Ayer, mientras hacíamos la maleta, escuchaba una clase sobre el Quijote. Hay tantas interpretaciones. Tengo pendientes, por ahora, el curso de Nabokov y el ensayo “Hacen falta cuatro siglos para entender a Cervantes”, de Alfonso Martín Jiménez.
Quiero volver a leer el Quijote, y el de Avellaneda, ver de qué va.
No tengo obra porque ya está el Quijote.
No tengo obra porque soy lector antes de todo; escuchante, aprendiente.
Está mañana S. y L. vienen a la cama, quieren ver al primo y enseñarme cómo lanzan el avión. Le digo a S., el mayor, que escribo sobre ellos y que un día podrán leerme.
«¿Ves qué pone aquí? Esa inicial corresponde a tu nombre, y un día, si quieres, podrás leerme». L. aún es pequeño y no sabe leer.
Ayer, cuando volvíamos de la plaza L. y yo, subimos por la calle Calvario, que también baja. Saludé a varias vecinas: «Buenas tardes». Una de ellas me miró sin contestar. Cuando llegamos, se con conté a M. «Es sorda». «Ah, con razón. Pues me dejas más tranquilo». ¿Quién no se perturba ante un desplante?
No tener obra es lo de menos, no me preocupa en absoluto; otra cuestión es la interacción humana, que me lean, que me besen, que me saluden; sin eso no podría vivir.
Jesús de la Palma
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