Lluvia
Fin de semana en el pueblo. Niños. Aún se duerme a gusto y se está bien en la calle. Mi hora de merendar, tanto en la casa como en la cafetería, son las seis y media. Ayer, media tostada de jamón con tomate y una manchada; hoy también manchada, como siempre, y la tostada, de paté. No me gusta el verano, lo soporto. Con las primeras lluvias y noches frescas que preludian el otoño me siento mejor en el ánimo. Por las noches, antes de acostarme, me gusta escribir; también leo. Escribir es un bálsamo y un ejercicio de contrición; leer, una obligación, un deporte, un retiro espiritual; inmersión y emersión; bautismo existencial. La lectura es el verbo y la escritura la carne. Sylvia Plath comienza sus “Diarios” un primero de julio de 1950 con esta cita: «Tal vez nunca sea feliz, pero esta noche estoy satisfecha». Escribir es lo que me hace irme a dormir satisfecho; leer es el ineludible trabajo de arado previo que planta la semilla de una escritura fructífera. Cada renglón escrito debe estar apadrinado por un profundo sacrificio lector; de lo contrario, la propia Plath advierte de las consecuencias en un caluroso primero de agosto: «Tengo la tentación de escribir un poema. Pero no olvido lo que leí en la nota de rechazo de una editorial: tras un fuerte chaparrón, brotan por todo el país poemas titulados «Lluvia».
Jesús de la Palma
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