El infierno de los sentimientos

Termino los dos libros de Sibylle Lacan en un par de ratos. Los empecé ayer por la noche y los termino hoy por la tarde. Han merecido la pena, que no es poco. En el primer libro, el del padre, desasosiego. Lo hablo con ella, aunque no profundizo, estoy sobrepasado por la emoción. La frialdad para con los hijos debe de ser el infierno de los sentimientos. En la última página, subrayo un renglón: «Lo único que me llena, que da peso a mi existencia; me refiero, por supuesto, a la escritura». Además, anoto varias citas en el frontispicio. Por orden cronológico: “La muerte del propio padre es inimaginable”. “No hay que dejar a los muertos demasiado solos”. “No dejaré que nadie diga que la adolescencia es la edad más bonita de la vida”. La última se refiere a una triste anécdota en la que una viejecita pide al carnicero bofe para su gato y, cuando sale, el carnicero, con ademán despreciativo, se dirige a los concurrentes: «Ella dice que es para su gato, pero es para ella». En lo que a mí respecta, ni siquiera soy capaz de definir la pobreza, únicamente se me ocurre combatirla. Es la mayor y más persistente plaga de todos los tiempos. Los ricos siempre me han inspirado rechazo. Entiéndaseme, o no, ¿por qué habría de justificarme por ello?

Jesús de la Palma 

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