Diario de lecturas

“Diario de lecturas, interpretaciones y acontecimientos cotidianos”. Este es otro de esos posibles títulos que se me ocurren de cuando en cuando para ese libro del que ya hay buena parte escrito y que nunca verá la luz como tal. 

Este título es más prosaico que cualquiera de los otros, de los que no me acuerdo, pero sí sé que tenían algo más de originalidad.

Si tuviera que editarlo hoy me saltaría el orden cronológico y comenzaría con una entrada que hablara de la muerte.

La idea de la muerte me lleva preocupando desde que tenía diecisiete años. Para bien y para mal. 

Mi madre murió por la tarde; mi padre, por la mañana.

Siempre le he encontrado sentido a morir de noche. 

El orden siguiente del resto de entradas sería cronológico, que es lo más coherente para llevar a cabo una lectura atenta.

Esto mismo que escribo es una entrada más del diario. De un calurosísimo día de finales de junio. El verano es un tormento, tanto en la playa como en la ciudad. Si pudiera me ahorraría los veranos. De joven, un domingo, con mi padre, por la calle Hileras, de camino a la parroquia de la Plaza de Gracia, para ir a misa, pensé en los días que quedaban aún de verano y se me hicieron un mundo; creo que aún era julio. El tiempo pasa mucho más despacio en la adolescencia. En la edad madura es diferente, no hay tiempo para aburrirse y menos para quejarse.

Esta tarde hemos salido con M.A. un rato. Ya no es el más pequeño de todos. En la cola para devoluciones de una tienda había una bebé más pequeña que él.

Vivo escribiendo. Conforme me van pasando las cosas, las anoto mentalmente, como en un bloc, y les voy dando forma, para diarizarlas. 

Al salir de la tienda hemos pasado por la Fuente de las Batallas y nos hemos echado algunas fotos con el niño. Después nos hemos sentado en una terraza y le hemos dado el biberón. Mientras tanto ha pasado una manifestación de personas que reivindicaban los derechos y libertades del colectivo LGTBI. Le he dicho a ella que eso hasta no hace mucho era impensable. También nos hemos fijado en varios vendedores que acompañaban a los concurrentes y les vendían todo tipo de accesorios, desde pulseras hasta banderas.

Ayer me compré una camiseta y un pantalón en Zara, y el logotipo de la marca que iba impreso en la bolsa de papel que me dieron, llevaba los colores del arcoíris. Me acabo de fijar y una cosa está fabricada en Turquía y la otra en Bulgaria. Por otra parte, la media de edad de los trabajadores, así, a ojo, no pasa de los treinta y cinco años.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Yo no soy malo (ficción narrativa)

“Fresas salvajes”, “Olive Kitteridge” y “Panza de burro”

Cuajo