Ustedeo

Acudo a su consulta por primera vez para mí, es especialista.

Anteriormente había acompañado a mi padre, aunque siempre me había esperado fuera. 

Le hablo de él. 

Me pregunta el nombre. 

M. J.

Claro que se acuerda. 

Y tanto. 

Hasta me dice su fecha de nacimiento completa. Le alabo su memoria y calidad humana por el trato amable hacia el paciente.

—¿Cómo está?

—Falleció.

Lo siente.

Tras terminar, hago la cuenta: una hora y media, minuto arriba o abajo.

El tiempo estrictamente dedicado a la consulta ha sido, a lo sumo, de diez minutos; lo demás, cháchara, charla distendida.

Me ha preguntado en qué trabajaba. «Cómo se expresa así...», ha apostillado.

Para despedirse: 

—Me he alegrado mucho de conocerlo. Ha sido un placer.

—Igualmente.

En todo momento el trato ha sido formal, de ustedeo.

Al salir me ha pedido cordialmente que si podía avisar a la siguiente paciente, de la que me ha dicho el nombre.

Hemos hablado de la familia, de libros, del acoso escolar; ella me ha contado cómo se desenvuelve en los congresos a los que la invitan como ponente; todos atienden ojipláticos; rencillas con una compañera y familia política; en un alarde de intuición brujeril, ha salido a colación la reina Letizia.

Un día antes de anunciarse el compromiso, ella se olía algo y así se lo hizo ver a su marido.

Sobre esto último, me pregunto cuántas veces, desde 2003, lo habrá narrado con efusión y prodigalidad en los detalles.

Durante la mayor parte de la “conversación”, que más bien ha sido un monólogo, yo me limitaba a apostillar.

Jesús de la Palma 

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