La vida es una fuga
Una hora de caminata.
Estoy alejado del jolgorio de eso que se celebra ahí fuera con flamenco y sevillanas, regado con fino, y que se llama Día de la Cruz.
Recuerdo un Día de la Cruz en mi primer colegio. A mi padre le sentaron mal los vinos y otro padre, que era amigo, junto al director, también amigo, lo tuvieron que acompañar a la casa. Yo iba con ellos, pero era muy pequeño.
He tenido mis días de la Cruz festivos cuando era joven. Hoy tengo que cuidar y cuidarme.
Durante la caminata me he cruzado con el pastor y su rebaño:
—Buenas tardes.
—Buensas tardes.
He pensado que la gente de Nueva York pasa la vida sin ver un rebaño de ovejas en plena naturaleza. Ven otras cosas, pero no un rebaño de ovejas, un pastor y un perro pastor.
Luego se me ha venido a la mente lo de las noticias: los ganaderos han tirado la leche para no vendérsela a pérdidas a Puleva. Lo que me ha llevado a plantearme qué sería de todos nosotros como sociedad si hiciéramos lo mismo con nuestra mano de obra.
Después me he cruzado con una mujer que creo que está loca y con la que me cruzo a menudo. Los locos siempre van solos. Digo loca porque así se prefiere en la psiquiatría moderna, al menos en la humanista, que pretende alejarse de la nomenclatura patologizante del ambiente clínico y académico.
Sé que los locos sufren mucho, pero cuando me cruzo con uno que sé que lo está me transmite paz. No entiendo la “cordura del mundo” y a veces creo enloquecer. Escuchar a Leopoldo María Panero, por ejemplo, me tranquiliza. Mientras esperaba a que mi hijo naciera vi una entrevista de él junto a Sánchez Dragó y un tercer interlocutor.
Mis caminatas van acompañadas de un monólogo constante, como mi vida.
No sé de qué huyo, pero huyo. Todos huimos de algo. En ocasiones huyo de los demás y en ocasiones de mí mismo.
La vida es una fuga.
Jesús de la Palma
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