Leer es un acto revolucionario
Ayer fue el día del libro.
Una tarde de esta semana pasaré a dar una vuelta por los quioscos de la Carrera de la Virgen.
La tengo muy corrida, “La Carrera”, digo. Viví veintrés años en la calle Zacatín.
Nada más despertar he pensado en Cioran y en las lágrimas, cada vez estoy más alejado de ellas, aunque no exento.
Anoche leía sobre las prisiones de la Inquisición, que eran “mejores” que las estatales. Aun así, a los presos, el Santo Oficio los sustentaba con los bienes que previamente les había confiscado .
Reparo en el caso de John Hill, un marinero inglés capturado en 1574. Se quejó de tener que dormir en el suelo, lleno de pulgas, careciendo de pan y agua, habiéndole dejado casi desnudo.
El historiador Henry Kamen hace hincapié, no obstante, en que los fallecimientos en las prisiones inquisitoriales no se debían a la tortura, en la que los inquisidores se mostraban muy cuidadosos, sino a enfermedades y a las condiciones relativamente insalubres. Más adelante advierte que «la locura y el suicidio eran consecuencias corrientes de la estancia en prisión».
Me he refugiado en los libros como último bastión de veracidad. Prácticamente no me interesa nada de lo que se dice ahí fuera, eso a lo que se le llama el “ruido mediático”.
Por la mañana estuvieron de visita los vecinos de enfrente. Son un matrimonio muy bien avenido. Él es un padre de manual.
Estos días también me acuerdo mucho de mi padre. Él también fue un padre entregado. Para mí, el mejor. Pero entiendo que para sus hijos mi vecino también lo sea.
Tienen un hijo y una hija. Ambos han desarrollado estudios superiores, másteres incluidos: ella es bióloga y él químico, y ambos se enfrentan hoy a la precariedad del mundo laboral. Él ha optado por opositar. Ella aún no está en proceso, sigue en la empresa privada.
Los padres se quejaban con razón.
Fuera de mi familia, me he vuelto un hombre de lo más solitario. Hace unos días escuchaba decir lo mismo a Pedro Almodóvar, a quien, de no contestar a las llamadas, excepto a las de trabajo, también ha dejado de sonarle el teléfono. Él, como yo, se ha refugiado en los libros.
El día del libro también podría llamarse el día de los solitarios o de los descontentos. Hay cierto poso de disconformidad en el lector empedernido.
Leer es un acto revolucionario.
Jesús de la Palma
Comentarios
Publicar un comentario