Calor humano

En cuanto se despierta, M. A. busca denodadamente el contacto físico. Llora. No quiere estar en la cuna ni en el carro, sino en brazos. 

Esto me hace pensar que no existe tal cosa como el solitario o el anacoreta en sentido estricto. Nadie se aleja de los hombres por entero. Aquel pasea en soledad por entre el gentío dándonse una importancia que no tiene, como este espera la afluencia de peregrinos en busca de respuestas. 

Somos solitarios en la forma de la metáfora schopenhauariana del erizo. 

Leyendo, como estoy, “Hambre”, la novela de Knut Hamsun, asocio esta idea de la necesidad de contacto humano con el castigo de la pobreza. Ni siquiera la enfermedad aísla tanto como aquella. 

La pobreza aísla porque implica un injustificado sentimiento de culpabilidad atrozmente estremecedor.

La era de la digitalización es también la era de la pobreza y la soledad. 

Lo que impide a las personas, en especial a los jóvenes, dar el paso de la pantalla a la realidad es la pobreza, no la comodidad.

Jesús de la Palma 

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