Autorretrato

Escribir como Édouard Levé sería como decir que no me gustan las camisetas de pico con un botón en un lateral o que en mi casa orino sentado porque vivo con una mujer; y así, encadenando frases más o menos insustanciales, con alguna que otra confesión de más impacto, llegar a completar unas cien páginas en letra de tamaño para el que no hacen falta gafas. En eso consiste su “Autorretrato”.

 Lo leo tras más de una década y ya no soy el mismo y doy por hecho que la fascinación que recuerdo que me causó en su día hoy no es tal. Sí me llama la atención que escriba de corrido; lo mismo que me pasó con el estilo fragmentario de “Ordesa”, de Manuel Vilas.

Tiendo a copiar estilos, esto es que si estoy leyendo a un determinado autor, me puedo llegar a dejar influenciar por su modo de escribir. Aunque más o menos ya voy encontrando mi estilo propio. Al menos sé lo que no quiero ser. Soy más bien un francotirador; no encajo en el preciosismo, no me interesan demasiado los circunloquios ni los adjetivos.

 Mi necesidad de escribir se remonta a cuando era pequeño. Escribía comienzos de cuentos: «Érase una vez». Nunca pasaba de ahí. Leía tebeos de Zipi y Zape y escribía «érase una vez». 

En la adolescencia escribía cartas desde la cárcel y les escribía a otros que no sabían escribir cartas a su familia. Una vez, para gastarme una broma, uno me dijo que iba a escribirle una carta al juez, cuando en realidad iba al váter. Esto último es mentira, pero me gusta imaginar que pasó. Otras veces imagino que atraqué un banco, y otras, que escalé un ochomil. 

Mi relación con la escritura se ha visto condicionada a lo largo de mi vida por las circunstancias, por lo que he tenido altibajos, pero no recuerdo un periodo donde me haya olvidado de que quería escribir.

Si me faltara la escritura me faltaría la vida. Lo mismo puedo decir de la lectura. 

A menudo me asalta el recuerdo una secuencia de Quills, la película que narra la vida del Marqués de Sade, en la que el protagonista, un carismático Geoffrey Rush, encerrado en una celda inmunda, escribe en la pared con su propio excremento.

Jesús de la Palma 

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