Lecturas pendientes
Me quedan ciento cincuenta páginas para terminar las obras completas en un solo tomo de los moralistas franceses. Mil doscientas noventa y seis páginas. Desde ya trato de marcar mi hoja de ruta lectora y pongo los libros que van a continuación encima del escritorio. Primero “Tipismo franquista”, de David Pallol; después, “Historia de la literatura italiana”, de Giuseppe Petronio; más tarde ensayos de Roland Barthes y R. Bourneuf... Mientras los tomo del mueble me fijo en “Autorretrato”, de Édouard Levé. Lo saco de la fila y lo ojeo. Recuerdo haberlo leído y haber quedado muy satisfecho. El libro está inmaculado porque por aquel entonces no subrayaba. Lo compré en Madrid, eso también lo recuerdo. Me sobreviene un impulso de anteponerlo a las otras lecturas. Está escrito de corrido; sin puntos y aparte. Me lo compré porque se suicidó. Siempre me han interesado los testimonios de los suicidas. No entiendo cómo alguien no puede pensar en el suicidio a lo largo de toda una vida. No creo que tenga mucho que ver con alguien que nunca ha contemplado el suicidio como alternativa; aunque solo haya sido de forma romántica, por despecho. Decía Cioran que «sin la idea del suicidio ya me habría suicidado. Con ello quiero decir que, para mí, el suicidio es una idea positiva, que ayuda a vivir». En las almas afines busco debilidades, puntos flacos. Yo soy antes que otra cosa un punto débil. Un punto débil en mí mismo. Como a Levé, «lo que hay al final de la vida no me da miedo», aunque a diferencia de él, por ahora quiero vivirla hasta que se me arrebate.
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