Tormenta de ideas

Necesidad de escribir. Tormenta de ideas. No saber por donde empezar. Todo esto al mismo tiempo. Una ruptura sentimental es un tema rentabilísimo. Debería el Gobierno subvencionar talleres de escritura para los desenamorados. No es mi caso, pero se me ocurre. El desamor es un acontecimiento luctuoso. Cierto contacto de Facebook, que narra con exquisitez artesanal, lleva, por lo que he entendido, dos rupturas sentimentales en poco tiempo. Arma frases largas y tintineantes, vestidas de gala. A mí se me dan mejor las frases cortas, directas. No sé utilizar los adjetivos. Escribo en chándal y zapatillas, como el que va al parque a darse un paseo. A veces escribo como el que va a atracar un banco. La muerte de los padres, se me ocurre, es como asomarse a un abismo. No quiero ni puedo imaginar la muerte de un hijo. ¿Hay quienes escriben sobre ello? Claro que sí. Escribir es una terapia. Esta mañana me he levantado con la idea de la novela de Aramburu, los vencejos. Que si la dejo, que si no. Narra en tiempo real, según le pillan los acontecimientos. Anoche leía la parte que le dedicaba a Julen, el niño de dos añitos que cayó accidentalmente a un pozo y murió. ¡Esos padres! Pensaba antes en ellos. Y en la pobre criatura. En el mundo no es todo negro, eso al menos quiero pensar. Hubo un tiempo en que solo compraba lecturas negras. El protagonista de los vencejos planea su suicidio a un año vista, y su único amigo le trae de México unos polvos blancos, como favor para que lleve a cabo su cometido. Cianuro de potasio. Cuando voy a buscar qué es, Google activa las alarmas y me recomienda que pida ayuda llamando al 024 o al Teléfono de la Esperanza. «Dispones de ayuda. Pide ayuda pide ayuda hoy mismo», reza un mensaje. Me pregunto en qué consistirá la ayuda y deduzco que todo es un decorado de cartón piedra. Once personas se suicidan al día en España. Una verdadera sangría. Como todo no es negro ni uno puede pensarlo constantemente, periódicamente leo libros optimistas, que proponen soluciones, alternativas al sistema actual; el último fue "Ética cosmopolita", de Adela Cortina. Del mismo modo recurro al pesimismo redentor de Cioran o a los místicos y religiosos. Hace unos días me compré "En defensa de la Ilustración", de Steven Pinker. Lo he añadido a la cola de lecturas.

Jesús de la Palma

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