Marianela

Ayer quedaron las tres para tomar café y ponerse al día en la cafetería rosa. Me lo contó y comentamos sobre esta. «Sí, se la que es. Es una cafetería de mujeres y para mujeres», advertí. «No te veo yo a ti allí, la verdad», sonrió. Hacen crepes vegetales y de chocolate y venden magdalenas de sabores. Mientras tanto yo me quedé leyendo "Marianela". Pasaba por las páginas aferrado a la historia y a la maestría descriptiva galdosiana. Por momentos me detenía y pensaba en un culmen literario. Lo tenía delante de mí. ¡Cómo puede ser que te esté dando a entender la poca gracia de la criaturita protagonista y aun así se piense en ella como en un ángel! Qué calidad humana, la de Galdós. Otra cosa es la candidez del personaje, que no le basta con la desgracia de no ser bonita para ser huérfana asimismo y despreciada. «Yo no sirvo para nada», llega decir. Y a repetirlo, «Como yo no sirvo para nada...». La narración es a su vez una manantial de citas que invitan a la reflexión; un caldo de cultivo para jóvenes reformadores. En cuanto a "la Nela", como así se la llama a lo largo de la historia, es una chiquilla cándida, pero no por ello menos inteligente. «Todos esos errores responden a una disposición muy grande para conocer la verdad», le responde su Antonoo particular, cuando ella mezcla las estrellas con la imaginación. A su vez, ese falso e impuesto sentimiento de inutilidad de la pobre Nela me hizo recordar las recientes declaraciones de Elon Musk, cuando asegura que «es posible que en un futuro, y no muy lejano, se tenga que implantar una renta mínima universal ya que la mayoría de los trabajos que hoy conocemos serán realizados, en su mayoría, por robots». Todos somos Marianela.

Jesús de la Palma

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