El mundo chino
Estoy en la cafetería a la que vengo a menudo. El alboroto es ensordecedor. Varias familias con niños celebran, supongo, un cumpleaños. A mí apenas me molestan. Pienso entonces en la cultura oriental, tan silenciosa.
Ye, que es de Shanghái, y Vincenzo, que es italiano, son un matrimonio de nuestra edad. Somos amigos. Ellos se conocieron en China y ahora residen aquí. Ye habla chino, inglés, italiano y español. Vincenzo, italiano, español, inglés y chino. El chino solo lo habla, no lo escribe, y no sé si por exceso de modestia, asegura que una vez que se rompe la barrera del miedo a hablarlo, es un idioma fácil.
Hace un tiempo Ye le preguntó a C. si conocía a alguien para dar clases de conversación y ella pensó en mí. Me lo preguntó y no me pareció mala idea, pues Ye es una persona muy abierta.
Hoy hemos dado la primera "clase" y todo ha ido muy bien. Ha sido una conversación entre dos amigos que ella ha aprovechado al milímetro, con la meticulosidad que caracteriza al pueblo chino.
Hemos abordado diversos temas y yo he tratado de dejarla hablar sin corregirla, para que se sintiera cómoda y adquiriera confianza. Aunque, para ser honesto, se defiende bastante bien. Además, ella cuenta con ventaja, pues yo ni siquiera hablo inglés con fluidez, si acaso, lo chapurreo, y así se lo he hecho ver.
Entre otras cosas, hemos hablado del clima, y me ha dicho que en Shanghái la humedad ambiental puede llegar a ser muy intensa, algo parecido a estar en una sauna. También ha hecho alusión al problema de superpoblación.
Además de simpática y sonriente, Ye es muy comunicativa, por lo que, en cierto modo, ha conseguido suscitar mi interés por su cultura, de modo que para que en futuros encuentros podamos profundizar más en la misma, he decidido comprarme "El mundo chino", de Jacques Gernet.
Jesús de la Palma
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