Puedo ser muchos

La sociedad está encallecida, es inerte; funciona por proclamas y automatismos. Cumple los firmes estándares del pensamiento y comportamiento que se le exigen en cada época. 

En lo que a mí respecta, me considero antisocial. Me gusta la gente, desde luego, pero contadamente. Me llevo bien con las personas en las distancias cortas y disfruto de un círculo íntimo al que quiero y sin el que mi vida carecería de sentido. Pero me siento muy alejado del pensamiento multitudinario, que avanza impasible con la mirada en un punto fijo. Esto es lo que he pensado mientras veía el documental sobre Sylvia Plath. El mismo refleja el espíritu de la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, donde, aparentemente, y fruto de un prisma propagandístico, todo parecía marchar a la perfección, y la culpa de todos los problemas la tenían los comunistas; sin embargo, la figura de la mujer estaba totalmente anulada, a no ser como elemento de decoración. Sus mayores aspiraciones pasaban por casarse con un hombre de buena posición y dedicarse a las tareas del hogar y al cuidado de los hijos. Nadie parecía advertir un problema en ello, excepto una Sylvia Plath que sentía que su vida transcurría en una "campana de cristal" y que finalmente cedió a la presión. 

En un momento en el que le preguntan qué querría ser de mayor, responde que muchas cosas.

No he leído aún "La campana de cristal". Plath se suicidó al poco de su publicación. Es una novela en parte autobiográfica. La cuestión es su personalidad frágil, fragmentaria. Si algo me ha llamado siempre la atención de ella ha sido su suicidio. Ahora que intuyo el porqué del mismo, me siento más atraído por su lectura. Sylvia Plath es un nombre trágico. Tengo no pocos libros en las entanterías que conforman mi pequeña biblioteca de mujeres y hombres que han optado por el suicidio como solución. Me he comprado sus libros por su condición de suicidas. Ayer mismo lo hablaba con C. «Puedo ser muchos», le decía.

En el gesto del suicidio hay una parte de inconformismo, de rebeldía, que parece desafiar la deriva frenética de una sociedad siempre espeluznante si se decide mirarla de frente. En los cincuenta era el comunismo como hoy es el COVID. Siempre hay un enemigo a derrotar mientras la verdadera tragedia, que es la opresión de los más vulnerables, se lleva a cabo silenciosa e impunemente.

A día de hoy existen voces críticas con los abusos cometidos para llevar a cabo la transición digital, punto álgido del capitalismo de vigilancia; pero aún se pierden en el mundanal ruido, como se perdía entonces el grito de Plath. ¿Qué pensarán de nosotros dentro de cincuenta años en adelante los que vivan por entonces? Quizá lo que hoy pensamos nosotros sobre la sociedad que le tocó vivir a Plath. ¿Cómo no ser antisocial?

Jesús de la Palma

Comentarios

Entradas populares de este blog

Yo no soy malo (ficción narrativa)

“Fresas salvajes”, “Olive Kitteridge” y “Panza de burro”

Cuajo