Dahmer

Anoche volvimos a ver otro capítulo de "Dahmer", la miniserie de Netflix sobre el asesino serial Jeffrey Dahmer. La noche de antes, tras terminar uno de los capítulos, le dije a ella que me negaba a seguir viéndola. Me apoyé en la idea de Arendt de que la maldad está vacía. ¿Qué aportaba entonces la serie? Sobre todo en un momento de mi vida en el que por la edad y la experiencia sé de sobra que el mundo es un lugar hostil. Anoche, no obstante, seguimos viéndola; es el primer impulso el que causa rechazo. ¿Cómo no iba a tener una sensación contradictoria al respecto? Jeffrey Dahmer es un psicópata, una mente inalterablemente macabra, creada por y para el mal. Sigo sin saber qué tiene de atrayente, puede que el espanto. Imagino que ese tipo de conductas suscitan curiosidad como la suscita la vista de un acantilado con baranda de seguridad. Conocemos suficientemente bien la historia del nazismo, sin embargo, ahondamos en ella en forma de series, libros, películas y documentales una y otra vez. El espanto atrae desde la barrera. Confirma la idea de que se está a salvo, es algo así como un recordatorio de lo que puede pasar, y eso nunca está de más. El mal está vacío, no así el terror de la víctima. Nadie está tan vivo como un ser aterrorizado. Conozco todos los casos de asesinos en serie mediáticos y he visto todo tipo de documentales sobre ellos. Bundy, Manson, Ramírez; el propio Dahmer... En cierto modo, es esperanzador que ese tipo de monstruos nos causen espanto y susciten poderosamente nuestra atención.

Jesús de la Palma

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