Una cita malograda
Uno de los invitados al First Dates de ayer era un señor de ochenta años. De modales rudos y baja estatura. Una mano le temblaba, era un temblor incorregible, fruto de la enfermedad, que trataba de disimular pegando la mano al cuerpo. Dentro lo esperaba una señora educada y con buena presencia. Nada más entablar contacto visual, él, entre dientes, le dio a entender a Lidia Torrent que no era su tipo y que no podía rebajarse a conocer a una mujer de esas características físicas, pues supondría un grave perjuicio para su persona, ya que entraría en descrédito con la gente que lo conocía, "con la sociedad".
«Yo salgo con mujeres de cincuenta años, y las acompaño y las invito a comer. ¡Con la gente que me conoce... Qué van a pensar de mí!», sentenció.
Lidia Torrent, tan sensata y diplomática como siempre, lo invitó a que al menos se presentara y diera una explicación; lo cual consiguió.
El momento fue de un bochorno indescriptible.
Aparte de la falsa ilusión que se había construido este pobre personaje sobre su identidad, lo que más me pareció digno de análisis fue cómo se puede llegar a ser dominado por la opinión ajena y hasta qué punto las relaciones humanas son susceptibles de ser mercantilizadas.
En un programa donde se va a buscar el amor, pesó más el juicio ajeno, que suele ser ramplón y malicioso.
Lo más grave es que aquel hombre había tenido toda una vida para escarmentar y alejarse del mundo de las apariencias y, sin embargo, había decidido persistir en la ignorancia y la cerrazón.
Una vida, la suya, errada, malograda, desperdiciada, que únicamente es digna de mención por honrar la memoria televisiva de su cita, una "víctima" que supo estar a la altura de las circunstancias, sin caer en la trampa del despecho; no haciendo ningún comentario despectivo, más que un "adiós, muy buenas".
Jesús de la Palma
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