Terraplanismo

Que la Tierra es plana lo sabemos todos, otra cuestión es que lo queramos ocultar para no parecer pedantes. Entonces decimos que es redonda, y así nuestro inconmensurable saber acerca del mundo y sus entresijos queda, como gente educada que somos, para nosotros. Porque hacer alarde de la virtud, así como del conocimiento, es de un mal gusto impropio de gentes de elevada catadura moral. También sabemos que los ricos no son ricos, sino que se lo hacen, y que en realidad, los pobres son potentados disfrazados. Es de dominio público que no existe la muerte; mucho menos la voluntaria, ¿a quién se le ocurriría quitarse de en medio en este vergel de plenitud, donde todo es amabilidad, compañerismo y algarabía? No, la gente ni muere ni se suicida: unos se esconden, en un gesto de generosidad, para que los demás hagamos uso de los bienes de una Tierra que además de plana, es solícita y gentil, y da frutos sin exigir el menor esfuerzo, así como hace de mullido lecho, y otros interpretan un papel dramático para deleite de los espectadores. Y qué decir de la mentira, la sorna o el chisme, ¡qué historias tan peregrinas se narran sobre tales cosas! Cosas que no son, que no pertenecen a este, nuestro mundo de concordia, fidelidad y generosidad a manos llenas. En cierta ocasión, me confesó un amigo, un hombre de reflexión, una verdadera lumbrera, que no quería seguir viviendo; esto en tono solemne y circunspecto, alejado de representación alguna. Achacaba su desencanto a que había descubierto que la Tierra, en realidad, no era plana; tampoco redonda. ¡Un triángulo! Ni más ni menos. «¿Sabes qué? La Tierra es triangular», me espetó. Se quería quitar de en medio porque nadie lo creía. Fue yendo con la nueva a unos y a otros, hasta que las burlas le hicieron mella en el ánimo. «¡La Tierra es un triángulo! ¡Ja! Te has debido de volver loco. ¿Adónde vamos a ir a parar? ¡Plana, plana! Plana como las palmas de nuestras manos. ¡¿Estás ciego!?», le recriminaban, y se echaban a reír en sus narices. «Sé que nada es lo que parece, Fructuoso, déjalo estar», le dije, dudando sobre si se habría vuelto loco o quizá fuera su aseveración fruto de una larga y profunda cavilación. Finalmente, determiné: «La Tierra es como tú quieras que sea, hombre. ¿Es que no ves que aquí el que no miente se queda sin piernas, y el que no se miente, sin cabeza? Yo hace tiempo que cerré los ojos al mundo y a los hombres, que la Tierra es plana, pues plana; que redonda, pues redonda. En cuanto a los otros, si te dijeron que plana, seguramente fue porque con la verdad los sacaste de sus casillas».

Jesús de la Palma

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