Palas Atenea

Esta mañana se ha puesto un vestido blanco con dos cintas a los lados: una rosa y otra negra. Llevaba una cadenita fina con una piedrecita de mar, una pulsera con tres amuletos, y su reloj fetiche, con la esfera de una Ophelia negra, diseñana por Joshua Obeng-Boateng, donde las que marcan la hora son dos coloridas carpas japonesas que, flanqueadas por dos margaritas de fantasía, hacen la vez de minutero y segundero. Le he dicho que estaba muy guapa y que le resplandecía el rostro, que tenía el color de la vida. Llevaba unas sandalias romanas con tonos suaves metalizados. No me he fijado en sus pendientes, pero intuyo que serían unos discretos, como ella. También le he dicho que con ese vestido blanco, en forma de túnica, parecía una diosa griega: Palas Atenea. Porque ella no solo es una mujer bella, sino fuerte, valiente, templada e inteligente. Un rato antes le había hecho un resumen de "La cinta blanca", de Haneke. Me he detenido con especial atención y estupor en una escena donde uno de los protagonistas humilla verbalmente a su pareja, hasta transgredir los límites del desprecio y adentrarse en la más oscura y mezquina de las violencias.

Jesús de la Palma 

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