Una jornada gimnástica
Los viejos van lentos. Yo mismo, aun no siendo viejo, voy más lento que cuando tenía veinte años.
Esta mañana hay dos viejos en el gimnasio. Uno se conserva mejor que el otro, y es más alto y fornido y conserva la petulancia de una juventud lejanamente desaparecida. El viejo que es joven lleva mallas cortas y camiseta de tirantes y zapatillas de marca y va peinado a la moda, con los laterales rapados y un flequillo ridículo. El otro está calvo y le asoman los pelos de la espalda por el cuello de la camiseta y no va a la moda; lleva ropa antigua y zapatillas sin marca conocida. Es un viejo al uso.
Mientras el viejecillo ejercita los pectorales en la máquina contigua a la mía, se planta el envanecino delante y lo observa, como queriendo decir: «¿Cuánto te queda?». La música está fuerte, y el viejecillo, mediante un gesto, le da a entender que ya termina.
Por un momento he sentido el impulso de levantarme. Obviamente no lo he hecho.
Hoy he ejercitado pecho y tríceps. Sigo a un culturista en Instagram que ejercita un grupo muscular por día y preguntaba en sus historias qué grupo muscular íbamos a ejercitar hoy. No he respondido a la encuesta porque hace tiempo dejé de hacerlo y porque estoy muy alejado de ese nivel de entrenamiento. Lo mío es principalmente una tarea mantenimiento. Cuando sea viejo, si es que llego, quiero ser un viejo al uso.
Jesús de la Palma
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