Las personas también se suicidan pasados los noventa años. Esta es una verdad irrebatible, como tantas otras que escapan a la verdad impuesta, estatuida. El suicidio tiene mil caras. Hay quien se suicida en la adolescencia; en la juventud, en la mediana edad o en la vejez. Cada uno en una etapa de la vida y por diferentes motivos. Pero sucede que quienes tienen secuestrada la palabra atribuyen únicamente las causas del suicidio a la inestabilidad emocional, a la enfermedad mental. El caso es eludir responsabilidades y culpar siempre al individuo; al implicado, a la víctima. Recientemente, los casos de dos mujeres pobres, sin hogar, que pidieron poner fin a su vida amparadas en las leyes de suicidio asistido en Canadá, me han conmocionado. Una de ellas ya lo ha logrado. La otra está trámite. En su libro de entrevistas, Michael Haneke expone el caso de su tía, de noventa y dos años, a saber: «Un año antes de morir, mi tía tenía noventa y dos años e intentó suicidarse tomando somníferos. Pero llegué a tiempo para salvarla. Al descubrirme a su lado, cuando se despertó en la cama del hospital, me reprochó: «¿Por qué me has hecho esto?». Para el segundo intento, esperó a que yo estuviera en un festival, y esta vez lo consiguió».
Jesús de la Palma
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