Amenaza tormenta

Esta mañana ha amanecido lloviendo. Desde ayer las autoridades alertaban de la llegada de una tormenta tropical. Ayer mismo al pasar escuché a dos hombres que conversaban. «Ya está aquí el otoño», le decía uno al otro, en la terraza de un bar. La gente habla del tiempo; habla del tiempo climatológico, del trabajo, de los hijos, de las parejas, de los programas televisivos; también hablan de política sin saber de política. Yo apenas hablo del clima, ni siquiera había reparado en que había pasado el día veintiuno de septiembre. En cuanto a la política, no hablo porque no veo la televisión, al menos no presto atención a la propaganda del los partidos. Esto, inevitablemente, te aísla del mundo; no hablar de lo que hablan todos. En cuanto a la política, opino lo que Sócrates en el "Hipias menor", a saber: «Si el que habla me parece de poco valer, ni insisto en mis preguntas ni me intereso por lo que dice». Ayer me compré un libro de historia, trata la Revolución rusa y consta de más de dos mil páginas. Mientras lo contemplaba pensaba que a cuántos les interesaría ese tema, y concluir que, efectivamente, a una minoría, me hacía sentir bien. Esto último quizá parezca un gesto de petulancia, pero cada uno busca como diferenciarse del resto a su manera particular; para sentirnos plenos necesitamos demostrar lo mejor que podemos ofrecer, y cada uno lo hace a su modo e inevitablemente se enorgullece de ello. Compré el libro como una esperanza a futuro, uno no muy lejano, pues ahora tengo entre manos un libro de mil doscientas páginas y voy por la cuatrocientos. La lectura como meta, como promesa de conocimiento, y también como desesperada necesidad de salir a flote, de ahondar cada día un poquito más en la materia del entendimiento, en este caso, de la historia. Ya se me escapó el tren de la revolución, a mi edad y en mis circunstancias he entendido que lo único que me queda es el refugio, más que el combate. El saber como meta, como antídoto, como escudo.

Jesús de la Palma 

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