Inercia
No había caído en la cuenta hasta que me lo ha dicho ella. Ha entrado en el dormitorio y, al verme boca arriba, con los ojos cerrados y los brazos en jarra, me ha susurrado: «¿Ya te vas a dormir, como tienes los ojos cerrados y los brazos así, como los pones tú?». Y es que hacemos tantas cosas sin planteárnoslas; de hecho, casi todo lo hacemos por inercia. Nunca antes me había planteado que me dormía con los brazos en jarra. Puede parecer algo insignificante, hasta que uno piensa que casi todo en la vida se hace por inercia. Por ejemplo, antes de venir a dormir, he visto una película por inercia, porque la han dado en La 1 y no tenía demasiadas ganas de pensar qué otra cosa ver; tampoco de apagar la tele, ir a por el libro y ponerme a leer. Ayer, sin ir más lejos, escuché a un entrevistado en la tele narrar la experiencia de una señora belga de sesenta y siete años que fue noticia allá por 2013 por conducir sin darse cuenta hasta Zagreb por un fallo en el GPS. Tenía que conducir apenas ciento cincuenta quilómetros para llegar desde su domicilio, en el pueblo de Hainault Erquelinnes, hasta la estación del Norte, en Bruselas. «Estaba distraída, así que continué pisando el acelerador», señaló. Hoy, sin ir más lejos, se lamenta públicamente y por doquier la muerte de un escritor y profesor y miembro de la Academia, quizá también por inercia. Cabe preguntarse, entonces, más que lo que hacemos por inercia, qué no hacemos por inercia.
Jesús de la Palma
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