Destino
Ya no sirvo para escribir aforismos. Me hubiera gustado armar uno con esta frase: las personas felices mueren atropelladas por el destino. Pero ya no soy capaz de sentenciar frases como antes, cuando apenas dudaba de nada. Cosas de la edad: cuanto más viejo, más cauteloso. La cuestión es que una profesora, escritora y columnista, ha reseñado la muerte de uno de esos seres tocados por el ala de la felicidad. De esos que siempre saludan efusivamente y sonríen a discreción, y cantan y bailan y se disfrazan y van al gimnasio con una energía desbordante. Ha muerto atropellado por un coche mientras cruzaba con el semáforo en rojo. Será que las personas felices también tienen fallas, aunque no lo parezca. Este ser de luz seguramente tendría familia, a la que sinceramente compadezco; Dios me libre de desear el mal ajeno a quien ni me ha dañado o injuriado. Ha habido tiempos en mi vida en los que incluso he tratado de imitar esa efusividad; trasmitir una alegría que no tenía, con la patética afectación del joven que no encuentra su posición en el universo de las emociones. También ha habido tiempos para el pesimismo: es propio de la juventud oscilar de un extremo al otro. Hoy permanezco en la lucha, cada vez mejor pertrechado, pero consciente del pertinaz peligro. Hoy no soy pesimista ni un inocente imitador de seres con el tono afectado. Hoy me pregunto qué tendrá deparado el destino a los que no saludan efusivamente ni sonríen a discreción, y tampoco cantan ni bailan ni se disfrazan y acuden al gimnasio por obligación. «Seguramente —me digo— lo mismo que a aquellos».
Jesús de la Palma
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