De súbito, como sucede con todas las muertes, fallece un personaje público. Tiene setenta años. Leo e interpreto los comentarios de la gente que se manifiesta en redes sociales. Todos ellos son luctuosos, de condolencia, pero ninguno lamenta una muerte temprana. Todos asumen la naturalidad de una muerte a los setenta años. Hace veinte años yo también la habría interpretado así. En la franja de los veinte pensaba que con cincuenta ya se era viejo. Hoy, cerca de los cincuenta como estoy, planto ese punto de partida en los ochenta.
Ella y yo conocemos a una pareja de italianos residentes en las islas; la edad de ella la desconocemos, pero él tiene ochenta y seis. Hace unos días la llamaron: «Estamos de viaje, en Asturias. Volvemos la semana que viene», le dijeron.
Jesús de la Palma
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