Café solo y sin azúcar

Llevo varios días tomando el café sin azúcar. Se lo leí a alguien no hace mucho. Dedicaba una entrada de su blog a describir el sabor amargo del café que tomaba a diario, y decidí imitarlo. Esto tiene algo que ver con las células espejo, pero hace mucho tiempo que lo estudié en la carrera, en una asignatura que se llama Psicología del desarrollo, y ya no me acuerdo muy bien. En cualquier caso, y sin entrar en tecnicismos, es algo consabido que aprendemos por imitación. 

Esta tarde hemos salido a merendar: dos bocaditos dulces para compartir. Pero al menos me ahorro el azúcar del café. 

Estoy de espaldas y no presto demasiada atención, por lo que ella me advierte:

—¿Has escuchado?

—No, ¿Qué?

—Detrás de ti. Acaba de llegar un señor, se ha sentado con uno que ya estaba, y le dice: «¿Qué pasa, José?». A lo que el otro responde: «Aquí, pensando en el suicidio».

No he podido sino sonreírme. Ella sabía, porque me conoce, que me iba a hacer gracia, y por eso ha tomado nota. 

El humor, negro y amargo, por favor; como el café solo y sin azúcar.

Jesús de la Palma 

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