Asombro filosófico
«Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar», decía Machado. Y es que no hay en la vida más sentido que el de morir aprendiendo; de ahí la importancia de la filosofía, la única disciplina científica que es poética y que tiene la valentía y honestidad de brindar respuestas éticas, no morales ni dogmáticas. La madre de todas las ciencias. Goya tiene un estupendo grabado a este respecto: «Aún aprendo», reza una leyenda a los pies del mismo. Si alguien tiene la respuesta, ese es el niño, que mira al mundo con asombro filosófico; con la pregunta en los ojos y la verdad en los labios. Nadie pisa más seguro que un niño, ni siquiera la embarazada. El mundo es de los niños. En cuanto interviene la pregunta maliciosa, prosaica, interesada, se acabó el vivir y comenzó el penar. ¡Los niños, ay! Dios los salve. ¡Dios guarde a los niños! Mis sobrinos, sin ir más lejos, están en Disneyland Park. El día antes de irse, mi mujer les preguntó si sabían adónde iban; a lo que el grande, de cinco añitos, le respondió con total y absoluta confianza: «Sí, a Murcia». Michael Haneke, por su parte, tiene un libro de entrevistas: "Haneke por Haneke". En una de las respuestas cuenta que de niño fue al cine a ver una película sobre África. «Después de la proyección, me encontré de golpe en la calle, llovía, y no acababa de entender cómo podía haber regresado tan deprisa de África a Dinamarca», sentencia. Una vez más el asombro filosófico, que es verdad inmutable, ontológica.
Jesús de la Palma
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