Perro come perro

Escribo esto mientras se libra una guerra en el mismo pedazo de tierra al que pertenezco y a la vez que miles de familias no alcanzan unas condiciones de vida que se puedan considerar dignas de una sociedad avanzada, "avanzada" con comillas y tono brusco y grandilocuente, como les gusta decir a políticos y empresarios. Me refiero a lo de Will Smith, porque es de lo que vengo a hablar y de lo que verdaderamente me apetece hablar, ya que, aun estando lejos, ¡y tan lejos!, de esos ricachones hollywoodiendes, al menos en lo económico, en lo material y en lo ficticio que trae y atrae todo lo que tenga relación con el dinero, maldito dinero para el que no lo tiene; aun estando lejos, y tan lejos, como decía, en lo material; al final todos somos humanos, y ellos sangran si les pinchan y se ríen si les hacen cosquillas, como al resto de los mortales, y es por eso por lo que me apetece pronunciarme al respecto, pues me pronuncio así al respecto de cosas humanas. El caso es que pienso, o creo pensar, mejor dicho, que la agresión física llevada a cabo por Will Smith en respuesta a la agresión verbal de Chris Rock, lejos de ser o no injusta o justificable, es humana, y con ello quiero decir que no es premeditada. ¿Alguien creería que un señor de cincuenta y tantos, ricachón y famoso, para más señas, y a riesgo de perder el prestigio, se prestaría a semejante espectáculo, dantesco, si cabe, de no ser por verse invadido, atravesado de arriba a abajo, de lado a lado, de punta a cabo, por una ira incontrolable fruto de una agresión tan maliciosa como injustificada? Nadie en su sano juicio lo pensaría. Ni yo, que soy, en primera instancia, enemigo de la violencia. Pero, ay, a veces...,a veces pasan cosas; nos hacen cosas. A mí, por ejemplo, cuando era un crío, me llevaron al colegio de mi tío, que era el director, a ver si me enderezaba, porque se me iba la vida y las ideas y el cuerpo y los ojos detrás de una señal luminosa, apenas imperceptible, allá en el cielo, en lo más alto, que siempre me tenía distraído, fuera de este mundo y, por supuesto, de los libros. El caso es que, por ser el sobrino del director, algunos chiquillos me cogieron manía, y un día, en el recreo, uno, tres años mayor que yo, y yo tendría unos diez, me llevó de tal modo al límite de mi paciencia que cuando me pasaron el balón de baloncesto, se lo tiré a la cara con todas mis fuerzas, con toda mi rabia; con toda la furia de un niño de diez años emocionalmente exhausto tras soportar un día tras otro comentarios hirientes. Y todo esto viene porque el otro día leí, a alguien que creía yo que sabía, decir que la violencia verbal no justifica en ningún caso la violencia física. ¡Ay!

Jesús de la Palma

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