Malpaís
Ni buenos días ni buenas tardes, cuando se puede, oiga, que no es siempre, que está uno constantemente a capricho del ánimo y las circunstancias. Pues como le iba diciendo, que en Malpaís sonreír es pecado mortal y mentir con riesgo de asesinato peccata minuta. Dicen las lenguas del camino, y lo escucho casi a diario, que el Gran Otro dicta normas nuevas cada mañana, pero que nadie sabe quién es el Gran Otro ni las normas que hay que cumplir, porque son tantas que ninguno tiene tiempo de leérselas y así los sorprenden a cada poco infringiendo unas leyes que, por otra parte, y a voz velada, se dice que hay quien está exento de cumplirlas, y ya sabe usted a quien me refiero, aunque conviene no explayarse mucho en el tema ni alzar la voz no vaya a ser que nos lo hagan pagar caro, porque en Malpaís está prohibido hablar de según qué quiénes; usted me sigue... Pues como le iba diciendo, que como en Malpaís sonreír es pecado mortal, se rumorea que de aquí a poco puede que prohíban la vida, pero vivir será obligatorio, lo que viene siendo una muerte en vida de toda la vida; usted me sigue... Y es por eso que hay quien se prepara ya para la otra vida, la de entre bastidores, y se rumorea que no son pocos, pues allí, tras la cortina de humo, se dice, se rumorea, que hay oportunidad para la vida. En cuanto a lo que me preguntaba usted de cómo echarse la responsabilidad a la espalpa, de cómo prepararse para la otra vida, la de entre bastidores, le seré honesto; hay libros, diversas fuentes lo ilustrarán a usted al respecto de maravilla, el problema es que cuanto más lea menos creerá saber, y entonces se le complicará la cosa, porque se dirá usted que para dónde tirar, porque la entrada a bastidores no se encuentra fácilmente, pero, créame, merece la pena salir huyendo del ruido y la vida vegetativa, aunque no se llegue a destino, que, por otra parte, en Malpaís no se venden más que certezas, y ya ve usted el resultado. Yo llevo años en camino y cada vez me siento más perdido y, aunque aún resuena el eco del murmullo Malpaisiense, me puedo permitir el modesto lujo de una sonrisa sincera de cuando en cuando, y qué decir de la vida; aquí, en el camino, no se está obligado a la vida de ninguna manera, las imposiciones son las de uno, las que el interesado esté dispuesto a soportar y, qué quiere usted que le diga, pues que sí, que la responsabilidad moral es un peso, pero como se suele decir, "sarna con gusto no pica", y es que esto de huir de Malpaís escapando del ruido y la vida vegetativa es más cuestión de vocación que de otra cosa, porque la vida es vocación y la muerte en vida costumbre, y ya sabe usted lo que la costumbre tira y es capaz de conseguir; nada más y nada menos que legiones de adeptos a la muerte en vida de toda la vida, de una vida que, aunque prohibida, es de obligatorio cumplimiento.
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