Llaveros
Mi padre es la mejor persona del mundo, y por eso yo siempre he padecido complejo de culpabilidad, ya que no es fácil estar a su altura moralmente hablando. Me ha querido de chico y me ha querido de grande.
Hecho este breve, brevísimo panegírico introductorio, llegaré a puerto, iré al grano. La cuestión es que siempre hemos tenido una relación muy estrecha, por ser él santo varón, esto es, una bellísima persona y un padre incondicional, y yo por ser hijo único.
Adonde quiero recalar es a que con todo su amor, nada más y nada menos que el de padre entregado, él quiso o pretendió no solo inculcarme valores; también aficiones, entretenimientos para hacer la vida soportable. El problema es que a mí no me gustaba nada excepto atormentarme, estar solo la mayor parte del tiempo y malgastar la vida sin miedo ni remordimientos. Desafiar a Dios, a la sociedad y a los elementos.
Mi padre, santo varón, como digo, nunca se dio por vencido, y de chico y no tan chico, entre otras cosas, intentó que me aficionara a coleccionar llaveros, que era lo que se llevaba en aquella época. Lo cual, por cierto, de ningún modo se pudo materializar; pero no solo lo de los llaveros: tampoco me gustaba la marquetería, el esquí, las escursiones al campo ni armar Meccanos; tampoco el fútbol ni el baloncesto ni la musculación.
Hoy, ya hombre hecho más que derecho, si por derecho se entiende al hombre que entiende el mundo y lo observa con mirada satisfecha; hoy, como digo, si tuviera que definirme fuera de la fuerza que a todos nos oprime y que es la de ganarnos la existencia, me definiría como un hombre que ama, que lee, medita, sale a tomar café para merendar y pasea mucho en soledad, y entre esas lecturas que me definen hay una de Guy Debord, "La sociedad del espectáculo", donde el autor dice lo siguiente: "El coleccionista de llaveros que se fabrican para ser coleccionados, acumula las indulgencias de la mercancía. Gracias a esos fetiches, el hombre reificado exhibe la prueba de su intimidad con la mercancía. Pero, incluso en esos momentos, el único goce que se expresa es el goce elemental de la sumisión".
Jesús de la Palma
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