Rúe de Vierge

Javier vive en el primero con su madre anciana. Tiene depresión y está en paro, y cada mañana escucha el despertador de Francisco, el del segundo, que le suena a las seis y media para irse a trabajar. Javier ya no se vuelve a dormir, el martillo de la conciencia es implacable. 

Francisco, el del segundo, cuando llega la noche, emite un bostezo hueco, rimbombante, para hacerle entender a Raquel que está demasiado cansado para interpretar escenas de alcoba; pero ambos saben el porqué de esos bostezos, pues por culpa de no sé qué nervio de Francisco, llevan años sin intimar. Francisco, además, se quiere ir a dormir pronto porque Javier y Marta, los del tercero, revuelven las sábanas al menos tres veces en semana, y eso Francisco no lo soporta y prefiere que le coja durmiendo para no escucharlos. Pero Javier y Marta se acuestan tanto no por vicio, sino para ver si el Señor se acuerda de ellos y los bendice con una criaturita del cielo, esa que no termina de llegar.

Alejandro y Pilar, los del cuarto, son una pareja joven y bien avenida, de película de sábado a medio día de La 1. No sienten ni padecen y condenan y señalan con rigidez moral todo lo que se salga del cauce de la normalidad. Tienen dos niños y una niña, de tres, cinco y siete años; María es la pequeña, y la más serena, pero Alberto y Carlitos no descansan y, carrera arriba, carrera abajo, socavan el ánimo de Javier y Marta, los del tercero, que cada vez que los escuchan se preguntan por qué los de arriba tres y ellos ninguno.

En el cuarto vive Miguel, un hombre soltero, funcionario de oficio y de carácter; persona solitaria, silenciosa, educada, de rutinas. Todos comentan de Miguel y hasta inventan las más inverosímiles fabulaciones. Todos quieren saber, pero Miguel no suelta prenda, mas no por malicia, sino por condición.

En el ático viven los presidentes de la comunidad, Teresa y Fernando. Ellos tienen cuatro hijos. Todos estudian. También tienen perro, y la única terraza doble y también la única doble plaza de garaje con amplio trastero. Cambian de coche cada cuatro años y siempre que salen dejan un rastro a perfume caro que dura horas en el portal. En los encuentros fortuitos y en las reuniones de vecinos son educados y sonríen; parecen un matrimonio bien avenido, pero en la intimidad no se soportan, siempre están de uñas, discutiendo, y aunque no gritan, se les escucha, y el bloque lo sabe y lo comenta; aun así, la envidia que les tienen corroe cada esquina del edificio.

Nacho es el portero. El que todo sabe y nada comenta. Cuando llega a su casa, lo espera María, que le pregunta, y él, como el que se ha bebido tres litros de agua tras una larga caminata y se aparta del camino para desinchar la vejiga, se explaya, y María lo escucha con los cinco sentidos, y ambos comentan y debaten y se olvidan de que no llegan a final de mes.

Jesús de la Palma

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