Recuerdos del primer amor

Nunca me he tomado la vida demasiado en serio, por mucho que mis coetáneos se hayan empeñado y sigan empeñándose en meterme el miedo en el cuerpo, por lo que detesto, quizá por encima de todos, a los hombres graves. Tampoco sirvo para cómico, y pocos son los cómicos que creo que merecan ser aplaudidos. En cuanto al amor, tampoco he sido enamoradizo, puesto que carezco de ideología y no sé qué es eso del idealismo. La tierra se me pega a los pies como la flama en verano a la calzada. 

La primera vez que me enamoré, aunque alguna vez la haya fechado algo más tarde, fue de Ainhize. Ambos teníamos siete años y estábamos en la misma clase. Sus padres eran alemanes y tenían una academia de idiomas. Ella era rubia, con el pelo lacio, los ojos azules y los mofletes sonrosados.

 Si hablé con Ainhize, no lo recuerdo, y es por esto por lo que en otra ocasión haya podido fechar porteriormente mi primer amor. Sí recuerdo que me enamoré de ella, y también que aquel invierno se hablaba del día de los enamorados, y que yo fantaseaba con la idea de comprarle una orquilla decorada con flores que cada día veía en el escaparate de una merecería o tienda de abalorios que había en la calle Zacatín. 

Nunca se la compré y nunca le dije lo que sentía por ella. Recuerdo, además, que escribí su nombre con rayaduras en el cabecero de la cama, que estaba lacado en burdeos. No recuerdo si me regañaron. 

Aquel fue, definitivamente, mi primer amor.

Haber tenido un primer amor implica haber tenido un segundo, pues de no haberse dado este último, habría tenido un único amor, y no un primero. Haber experimentado el amor, por tanto, me aleja aún más de esos hombres graves que tanto detesto, pues para estar enamorado hay que tener cierto desenfado y desenvoltura en este mundo nuestro de escarnio, sangre y ciriros, porque no basta con tener mujer e hijos para sentir amor; mujer e hijos puede tenerlos hasta la mayor bestia entre las bestias; no así el amor. El amor no es que sea cosa de elegidos o iluminados; el amor tampoco es fuente de virtud ni tiene un sentido implícito; el amor, en mi caso, es eso que me salva de la vida, algo que moriré sin entender y con lo que los hombres graves están tan satisfechos.

Jesús de la Palma

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