La edad
A mis cuarenta y seis años me gusta fantasear con que tengo cincuenta, algo normal, por otra parte, para quien nació viejo y preocupado. Y me gusta pensar que tengo cuatro años más de los que en realidad he cumplido porque recuerdo que cuando tenía veinticinco pensaba que se era viejo a partir de los cincuenta, y como yo siempre he querido ser viejo porque nací preocupado, fantaseo con que tengo cincuenta.
Al Capone falleció tal día como hoy de hace setenta y cinco años, con cuarenta y ocho, y a mí me gusta pensar en gente que, como él, e independientemente de su catadura moral, ha vivido y, sin embargo ha fallecido a una edad relativamente temprana; una edad que, sin embargo, por sus vivencias, no lo era tan temprana.
También me gusta pensar en Baudelaire, un poeta maldito que murió con mi edad, o en Rimbaud, otro maldito que murió joven, y me gusta pensar en ellos porque pensar en alguien que contempla el mundo con mirada satisfecha y se muere plácidamente de viejo, me inspira tal grado de aversión que siento una opresión en el pecho que respirar se me hace un mundo. También me gusta pensar en Bukoswki o en Leopoldo María Panero, uno borracho y otro loco, pero dos genios que me invitan a la vida porque la vida en sociedad está tan podrida que sin gente como ellos enfrentarse a la realidad sería insoportable.
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