Tiempo

Yo no sé lo que es el tiempo, pero me pesa, y por eso leo. Leo para redimirme del pecado original, que es la ignorancia, la razón salvaje, sin troquelar, o como diría Hegel: "La evolución, que es en sí un sosegado producirse es, en el espíritu, una dura e infinita lucha contra sí mismo". El tiempo pesa cuando no se le hiere, y al tiempo no se le hiere con las manos ni con los pies, esto sin pretender contradecir a Nietzsche, puesto que es danzando únicamente como se conquista el tiempo: danzando entre metas y pensamientos nobles y elevados, y se me ocurren pocas cosas más elevadas que el deseo de saber, porque el conocimiento es libertad. No corre el tiempo en los niños, y por eso juegan sin cesar y se aburren en la siesta, en los viajes, en las salas de espera y en los fortuitos encuentros de los padres con amigos. "¡Vámonos ya!" y "¡cuánto queda!" son sus gritos de guerra; llamadas desesperadas a la vida, una vida que no transcurre, puesto que corre a cargo del tiempo, y el tiempo en la infancia es inabarcable. ¿Qué es el tiempo? El tiempo es la respuesta de un adolescente ante la pregunta de turno: "¿Qué edad tienes?". "Quince para dieciséis", sentencian. "¡Qué corra el tiempo, que corra!", claman también los jóvenes, y a la pregunta de marras, responden: "Veintinueve para treinta". Para ellos tampoco pasa el tiempo y son lustros los años. ¿Qué es la vida? Un azaroso aventurarse entre tinieblas. ¿Y qué es el tiempo? Intuición, no concepto.
¿Y para qué los libros, para qué leer, entonces? Para conciliar la vida, para obligar al tiempo; domeñarlo, devastarlo, desintensificarlo; hacerle padecer, en fin, todo tipo de calamidades, con tal de que no nos las haga pasar él a nosotros, porque mientras nos debatimos entre ideas, lo derrotamos.

Jesús de la Palma

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