La tara del genio

Antes, mientras conducía, me acordaba de Camarón, de la causa de su muerte y de su reconocida adicción, y también me acordaba de cómo Tomatito relataba que cuando se bajaron de un taxi en Nueva York, los viandantes se quedaban mirándolo, mirando a un Camarón con gabardina y lentes oscuras en Broadway, nada más y nada menos, porque aunque no lo conocieran, él tenía aura de estrella. Me acordaba también de que Camarón, en las entrevistas, apenas hablaba; lo suyo era el cante, el escenario, que para eso era un genio. Me acordaba de Camarón porque no teminaba de encontrarme en ese momento, y porque recuerdo el día que murió; vi la noticia en la televisión, seguramente en la primera cadena, antes no había tantos canales. Me acordaba antes de Camarón porque cuando no te encuentras buscas ideas con las que reconfortarte, y me he acordado de Camarón porque es uno de esos genios románticos, porque no hay romanticismo sin tragedia; bien lo sabían los alemanes del XVIII, y porque buscarle la tara a un genio nos reconcilia con el mundo, lo hace más fácil, más accesible, más a la mano; porque como nos descuidemos, de tanta fachada, un día vamos a morir todos de impostura.

Jesús de la Palma

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