Gol

Hace tiempo que no grito un gol. Pocas veces lo he hecho, sin demasiada efusividad y siempre sugestionado por el entorno: la gente del bar o los amigos. Hoy ni siquiera veo fútbol, no es que antes fuera un verdadero aficionado, pero ahora he perdido el interés casi del todo. Ayer jugó España y no me ha dado por mirar el resultado. Estoy solo en esto. Solo porque cuanto más se aleja uno de los intereses generales, más se centra uno en la tarea de la crítica, del grito por la vida, la verdadera vida, si es que la hay, y por la libertad, esa porción de individualidad que nos eleva a la categoría de individuos. No gritar un gol, negarse en redondo, es para mí un acto de rebeldía, una reivindicación, un gesto de amor propio. No grito ya goles porque no hay, a cierta edad, o al menos así lo creo yo, motivo para la algarabía. Yo no entiendo a los adultos-niños, y eso que a mí, hasta ahora, no me ha abandonado la esperanza. ¡Sigo vivo! Pero la vida a ciertas alturas se ve con otros ojos, y no hablo de despecho, que no es más que otra visión caprichosa e infantil; tampoco de escepticismo ni de recelo.

Jesús de la Palma

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