El profeta y el mesías
En los momentos más difíciles de la pandemia, hubo dos personajes públicos en España a reseñar: Íker Jiménez y Spiriman. Personalmente, en lo emocional, mantuve distancia con ellos para preservar mi salud mental. El uno, perro de presa de los medios de comunicación, aprovechó (legítimamente, eso sí, otra cuestión es la ética) la coyuntura para hacerse de oro, y el otro, hombre de conocida visceralidad y profundo ego, la aprovechó para ganar visibilidad. De este último me costará olvidar, muy a mi pesar, una frase que pronunciaba con aires mesiánico-apocalípticos, dirigida al Presidente del Gobierno: "¡Cierra Madrid!", exclamaba con furibundia. Hoy, vueltas las aguas a su cauce, o al menos pasado el maremoto, y ya en etapa de reconstrucción, Íker Jiménez sigue a lo suyo, oteando el horizonte en busca de tragedias humanas y desastres naturales para añadirles ese aire sensacionalista que tanto nos gusta respirar a los españoles. Spiriman, por su parte, enfermo de cáncer, y al que le deseo la más pronta de las recuperaciones, afianzado en su delirante megalomanía, se dedica a proclamar a los cuatro vientos que ha llegado a la conclusión de que Jesucristo, como él, también tuvo cáncer.
Jesús de la Palma
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