Domingo
Pues sí, yo claudico a veces, porque la vida no da tregua, y en domingo, menos. Nunca me han gustado los domingos, son el preludio de la muerte espiritual, porque los lunes aniquilan cualquier vestigio de humanidad en el hombre, son un recordatorio de que la lucha por la vida no parece terminar ni siquiera con un pie en la tumba. Ayer fue domingo, y yo terminé el mío tendiendo una lavadora. ¿Un motivo de consuelo?, el gato de la vecina, que vino a verme, como muchas otras noches, porque ellos de deben al misterio, y solo hay mistero en la oscuridad de la noche; la luz del día es de un puritanismo tan elemental que solapa el aura mística y enigmáticamente maléfica de los gatos. Viene a saludar, en ocasiones, cuando a última hora saco la basura: abro la puerta y ahí está, apostado, como el lince que espera su presa. ¿Qué sexto sentido es el de los gatos? Cuando vuelvo, ya al principio de la calle puedo verlo observándome desde el muro de la vecina, apostado cual vigía nocturno: me sigue con su cautelosa mirada y maulla melifluamente para captar mi atención. A veces paso tiempo sin verlo, semanas, incluso, pero ¿cuál sera ese sexto sentido de los gatos?, pues las últimas veces que he emprendido un viaje de meses, siempre ha estado ahí para despedirse al amanecer. ¿Nosotros, la envanecida especie humana, con nuestros algoritmos y frases rimbombantes? Ay, nunca estaremos a la altura de la enigmática mirada de los gatos, de ese, su sexto sentido.
Jesús de la Palma
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