Puerto del Rosario

En la arepera, dos adolescentes pagan con el teléfono. Le digo a ella que yo a la edad de ellos no habría imaginado tener una cuenta bancaria. El sistema extendiendo sus tentáculos, controlando, rapiñando cada céntimo del ciudadano medio. ¡No! Me resisto a la "nueva normalidad". Salimos de la arepera y nos dirigimos al paseo marítimo. Jóvenes sentados en los bancos públicos, no tienen adonde ir, el ocio nocturno brilla por su ausencia. Mientras paseamos, le digo que no importa el coeficiente intelectual: he experimentado, mediante el diálogo, cómo quien menos hubiera imaginado, ha sucumbido al discurso único. Huele a mar, la brisa nocturna me reaviva el ánimo, paseamos cogidos de la mano, ahora ausentes de los problemas del mundo. Solo nosotros. Echo de menos un helado de Los Italianos. "Vamos en un momento a Los Italianos, me apetece una tarrina de nuez y avellana", bromeo (estamos a dos mil quilómetros de distancia). Le digo: "¿Sabes qué?, yo no sufro el síndrome de Robinson Crusoe. Soy feliz aquí, contigo".

Jesús de la Palma

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