La cabecita

La cabecita nos dice cosas. ¡Qué cosas nos dice la cabecita! A mí me ha dicho hoy que miedo por esto, pero, miedo, miedo. ¡Qué preocupación! Así, de buenas a primeras, porque cuando todo parece estar en pausa, nuestra cabecita no está contenta, y tiene, la muy puñetera, que darnos qué hacer, que para eso le pagan. Ay, si yo supiera quién le paga. Iría para ya y... El otro día, hace un par de semanas, sin ir más lejos, cuando más contento estaba, zas, por lo de marras. Y aquello fue, ni más ni menos, miedo por que se acabara el contento; eso a lo que los psicólogos llaman sentimiento de culpa subjetivo. El caso es no dejarnos respirar. Esta cabecita nuestra, ¡ay! Pasados los cuarenta la cosa se pone seria. Pero no vaya usted a creerse, o es que ya no recuerda cuando joven: que si miedo al suspenso, a no gustarle a ella, a no encajar en el grupi, a las malditas espinillas, al matón de turno. ¡Se acababa el mundo! La única diferencia con la adultez es la perspectiva de toda una vida por delante. En la edad madura, sin embargo, además de los sinsabores cotidianos, está la suspicacia, porque a partir de esta edad, a no ser que se haya arrojado uno a los brazos de Jesucristo, nuestro Señor, se pierde la esperanza en los hombres, incluyéndose a uno mismo, porque ya hemos tenido tiempo, más que de sobra, para percatarnos de que, de especiales, poco, por no decir nada. ¿Qué queda, pues? ¡La experiencia! Bendito asidero, divino tesoro.

Jesús de la Palma

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