Inocentes

Yo nunca he estado en un manicomio y tampoco he visitado a nadie en uno; pero sé de buena tinta que allí hay solo buenas personas. Para saber que en los manicomios nada más que hay buenas personas basta con mirar al cielo y preguntarle al Señor por qué pecamos y quiénes son los inocentes entre nosotros. Sé todo esto porque yo un día se lo pregunté y me respondió con un resplandor tan grande que casi me deja ciego; pero es que esa es la única forma que tiene de comunicarse con nosotros: iluminándonos. Pero como es todopoderoso, a veces, sin mala intención, se le va un poquito la mano con la luz. Nada preocupante, se restriega uno los ojos con los puños hacia fuera y otra vez vuelve la vista a su ser. Un día, como digo, le pregunté al Señor por qué estaban los locos en los manicomios y me respondió que los encerraban allí por culpa de los hombres de espíritu funcionarial, cuyo principal tema de conversación es la política; hombres que obedecen indignamente a sus esposas y que jamás pierden los papeles con nadie, aunque los llamen perro judío; hombres sin sangre, me dijo, que deshonran el nombre de Jesucristo y desmienten la parábola más bonita de toda la Biblia, la del hijo pródigo.

Jesús de la Palma

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